Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo. Despojaos
de lo antiguo, ya que se os invita al cántico nuevo. Nuevo hombre,
nuevo Testamento, nuevo cántico. El nuevo cántico no responde al hombre
antiguo. Sólo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su
antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al nuevo
Testamento, que es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro
amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra
voz, la que debe cantar el cántico nuevo.
Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría. Cada
uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien. El no
admite un canto que ofenda sus oídos. Cantad bien, hermanos. Si se te
pide que cantes para agradar a alguien entendido en música, no te
atreverás a cantarle sin la debida preparación musical, por temor a
desagradarle, ya que él, como perito en la materia, descubrirá unos
defectos que pasarían desapercibidos a otro cualquiera. ¿Quién, pues, se
prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor,
que sabe escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a cantar
con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos tan
perfectos?
Mas he aquí que él mismo te
sugiere la manera cómo has de cantarle: no te preocupes por las
palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a
Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se
hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de
que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En
efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún
otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan
su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al
no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un
simple sonido de júbilo.
El júbilo es un
sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y
este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios
inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y,
si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es licito
callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el
corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve
limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.
San Agustín de Hipona
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