viernes, 29 de julio de 2011

Martín Descalzo: "Los miércoles, milagro"

Aquella tarde a Gabriela -uno de los pequeños personajes de una novela de Gerard Bessiere- le preguntó su amigo Jacinto:
 
-- ¿Qué has hecho hoy en la escuela?

 
-- He hecho un milagro -respondió la niña.

 
-- ¿Un milagro? ¿Cómo?

 
-- Fue en el catecismo.

 
-- ¿Y cómo hiciste el milagro?

 
-- Tenemos como profesora a una señorita que está muy enferma. No puede hacer nada ella sola, sólo hablar y reir.

 
-- ¿Y qué pasó?

 
-- La señorita hablaba de los milagros de Jesús. Y los niños dijeron: No es verdad que haya milagros. Porque si los hubiera, Dios te hubiera curado a ti.

 
-- Y ella, ¿qué dijo?

 
-- Dijo: Sí, Dios hace también milagros para mí. Y los niños dijeron: ¿Qué milagro ha hecho?

 
-- ¿Y entonces?

 
-- Entonces ella dijo: Mi milagro son ustedes. ¿Por qué?, le preguntamos. Y ella dijo: Porque me llevan los miércoles a pasear, empujando mi carrito de ruedas. ¿Lo ves? Hacemos milagros todos los miércoles por la tarde. La señorita dijo también que habría muchos más milagros si la gente quisiera hacerlos.

 
-- ¿Te gusta a ti hacer milagros?

 
-- Sí. Tengo ganas de hacer un montón. Primero pequeños. Cuando sea mayor voy a hacer milagros grandes.

 
-- ¿Todos los miércoles?

 
-- Quiero hacerlos todos los días, toda la vida.

 
-- ¿No te parece que la vida es también un milagro?

 
-- No -dijo Graciela---. La vida es para hacer milagros.

 
Gabriela tiene razón, la vida es para hacer milagros, los miércoles, y los Jueves, y los domingos. La vida no es para sentarse esperando que Dios haga milagros espectaculares, no es para limitarse a confiar en que él resuelva nuestros problemas, sino para empezar a hacer ese milagro pequeñito que él puso ya en nuestras manos, el milagro de queremos y ayudamos. ¿Es que será más milagroso devolverle la vista a un ciego que la felicidad a un amargado? ¿Más prodigioso multiplicar los panes que repartirlos bien? ¿Más asombroso cambiar el agua en vino que el egoísmo en fraternidad? Si los hombres dedicásemos a construir milagros pequeñitos la mitad del tiempo que invertimos en soñarlos espectaculares, seguramente el mundo marcharía ya mucho mejor.

 
Y el milagro de amar pueden hacerlo todos, niños y grandes, pobres y ricos, sanos y enfermos. Fijaos bien, a un hombre pueden privarle de todo menos de una cosa: de su capacidad de amar. Un hombre puede sufrir un accidente y no poder volver ya nunca a andar. Pero no hay accidente alguno que nos impida amar. Un enfermo mantiene entera su capacidad de amar: puede amar el paralítico, el moribundo, el condenado a muerte. Amar es una capacidad inseparable del alma humana, algo que conservará siempre incluso el más miserable de los hombres. pueden hacerlo todos, niños y grandes, pobres y ricos, sanos y enfermos.

 
Fijaos bien, a un hombre pueden privarle de todo menos de una cosa: de su
capacidad de amar. Un hombre puede sufrir un accidente y no poder volver ya
nunca a andar. Pero no hay accidente alguno que nos impida amar. Un enfermo mantiene entera su capacidad de amar: puede amar el paralítico, el moribundo, el condenado a muerte. Amar es una capacidad inseparable del alma humana, algo que conservará siempre incluso el más miserable de los hombres.

 
Sólo en el infierno no se podrá amar. Porque el infierno es literalmente eso: no amar, no tener nada que compartir, no tener la posibilidad de sentarse junto a nadie para decirle ¡ánimo!

 
Pero mientras vivimos no hay cadena que maniate al corazón, salvo claro está la del propio egoísmo, que es como un anticipo del infierno. «Los verdaderos
criminales -decía Follerau- son los que se pasan la vida diciendo yo y siempre yo.»

 
En cambio, allí donde se ama se ha empezado a construir ya el cielo a golpe de milagros. En definitiva, los milagros, para Jesús, eran ante todo «los signos del reino», ¿y qué mejor signo de un reino de amor total que empezar queriéndose aquí con amores pequeñitos como el de Gabriela y sus compañeras de escuela?


 
Tomado de "Razones para el amor", en www.preb.com/articulos

José Luis Martín Descalzo

lunes, 25 de julio de 2011

Salmo 10

SALMO 10 (9)
 
La arrogancia y la prepotencia de los malvados
 
10:1 ¿Por qué te quedas lejos, Señor,
y te ocultas en los momentos de peligro?
10:2 El pobre se consume por la soberbia del malvado
y queda envuelto en las intrigas tramadas contra él.
10:3 Porque el malvado se jacta de su ambición,
el codicioso blasfema y menosprecia al Señor;
10:4 el impío exclama en el colmo de su arrogancia:
"No hay ningún Dios que me pida cuenta".
Esto es lo único que piensa.
10:5 Sus caminos prosperan constantemente;
tus juicios, allá arriba, lo tienen sin cuidado;
elimina de un soplo a todos sus rivales
10:6 y se dice a sí mismo: "No vacilaré,
seré siempre feliz, no tendré contrariedades".
10:7 Su boca está llena de maldiciones,
de engaños y de violencias; 

detrás de sus palabras hay malicia y opresión;
10:8 se pone al acecho en los poblados
y mata al inocente en lugares ocultos.
Sus ojos espían a los débiles;
10:9 acecha ocultamente como el león en su guarida;
se agazapa para atrapar al pobre,
y lo atrapa arrastrándolo en sus redes.
10:10 Espía, se inclina, se dobla,
y cae sobre el débil con todas sus fuerzas.
10:11 Luego piensa: "Dios lo olvida;
aparta su rostro y nunca ve nada". 

Súplica al Señor, defensor de los humildes

10:12 ¡Levántate, Señor Dios, alza tu mano,
no te olvides de los pobres!
10:13 ¿Por qué el malvado desprecia a Dios,
pensando que tú no pides cuenta?
10:14 Pero tú lo estás viendo:
tú consideras los trabajos y el dolor,
para tomarlos en tus propias manos.
El débil se encomienda a ti;
tú eres el protector del huérfano.
10:15 ¡Quiebra el brazo del malvado y del impío,
castiga su malicia y no subsistirá!
10:16 El Señor reina para siempre
y los paganos desaparecerán de la tierra.
10:17 Tú, Señor, escuchas los deseos de los pobres,
los reconfortas y les prestas atención.
10:18 Tú haces justicia al huérfano y al oprimido:
¡que el hombre hecho de tierra no infunda más temor!

viernes, 22 de julio de 2011

Martín Descalzo: "Una sonrisa tras la tapia"

Raúl Follerau solía contar una historia emocionante: visitando una leprosería en una isla del Pacífico le sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaba con un «gracias» cuando le ofrecían algo.
 
Entre tantos «cadáveres» ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba humano. Cuando preguntó qué era lo que mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas.

 
Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la
leprosería y se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y allí esperaba. Esperaba hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisay sonreía él también. Luego el rostro de mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente. Era -le explicaría después el leproso- su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor. «Al verla cada día -comentaba el leproso- sé que todavía vivo.»
 

No exageraba: vivir es saberse queridos, sentirse queridos. Por eso tienen razón los psicólogos cuando dicen que los suicidas se matan cuando han llegado al convencimiento pleno de que ya nadie les querrá nunca. Porque ningún problema es verdadero y totalmente grave mientras se tenga a alguien a nuestro lado.
 
Por eso yo no me cansaré nunca de predicar que la soledad es mayor de las miserias y que lo que los demás necesitan verdaderamente de nosotros no es siquiera nuestra ayuda, sino nuestro amor. Para un enfermo es la compañía sonriente la mejor de las medicinas. Para un viejo no hay ayuda como un rato de conversación sin prisas y un poco de comprensión de sus rarezas. El ingente necesita más nuestro cariño que nuestra limosna. Para el lado es tan necesario sentirse persona trabajando como el sueldo que por el trabajo le pagarán.

 
Y, asombrosamente,la sonrisa -que es la más barata de las ayudas- es la que más tacañeamos. Es mucho más fácil dar cien pesos a un pobre que dárselos con amor. Y es más sencillo comprarle un regalo al abuelo que ofrecerle media hora de amistad.

 
Dar sin amor es ofender. Lo decía con palabras tremendas, pero verdaderísimas, San Vicente de Paúl: «Recuerda que te será necesario mucho amor para que los pobres te perdonen el pan que les llevas.» Solemos decir: «¡Son tan desagradecidos!.» Y no nos damos cuenta de que ellos perciben perfectamente cuándo damos sin amor, para quitárnoslos de encima y dejar tranquila nuestra conciencia. Son, por ello, lógicos odiando nuestra limosna, odiándonos. Les empobrecemos más al ayudarles, porque les demostramos hasta qué punto no existen para nosotros.

 
¡Todo sería, en cambio, tan distinto si les diéramos cada día sonrisa de amor desde la tapia de la vida!



José Luis Martín Descalzo

lunes, 18 de julio de 2011

Salmo 9

SALMO 9
 
Has dado una sentencia justa
 
9:1 Del maestro de coro. Para oboes y arpa. Salmo de David. 

Acción de gracias por la justicia de Dios

9:2 Te doy gracias, Señor, de todo corazón
y proclamaré todas tus maravillas.
9:3 Quiero alegrarme y regocijarme en ti,
y cantar himnos a tu Nombre, Altísimo.
9:4 Cuando retrocedían mis enemigos,
tropezaron y perecieron delante de ti,
9:5 porque tú defendiste mi derecho y mi causa,
sentándote en el trono como justo Juez.
9:6 Escarmentaste a las naciones,
destruiste a los impíos
y borraste sus nombres para siempre;
9:7 desapareció el enemigo: es una ruina irreparable;
arrasaste las ciudades, y se perdió hasta su recuerdo.
9:8 Pero el Señor reina eternamente
y establece su trono para el juicio:
9:9 él gobierna al mundo con justicia
y juzga con rectitud a las naciones.
9:10 El Señor es un baluarte para el oprimido,
un baluarte en los momentos de peligro.
9:11 ¡Confíen en ti los que veneran tu Nombre,
porque tú no abandonas a los que te buscan!
9:12 Canten al Señor, que reina en Sión,
proclamen entre los pueblos sus proezas.
9:13 Porque él pide cuenta de la sangre,
se acuerda de los pobres y no olvida su clamor.
9:14 El Señor se apiadó de mí, contempló mi aflicción;
me tomó y me alzó de las puertas de la Muerte,
9:15 para que pudiera proclamar sus alabanzas
y alegrarme por su victoria en las puertas de Sión. 

La derrota de los impíos

9:16 Los pueblos se han hundido en la fosa que abrieron,
su pie quedó atrapado en la red que ocultaron.
9:
17 El Señor se dio a conocer, hizo justicia,
y el impío se enredó en sus propias obras. Sordina
Pausa
9:
18 Vuelvan al Abismo los malvados,
todos los pueblos que se olvidan de Dios.
9:
19 Porque el pobre no será olvidado para siempre
ni se malogra eternamente la esperanza del humilde.
9:
20 ¡Levántate, Señor!
Que los hombres no se envanezcan,
y las naciones sean juzgadas en tu presencia.
9:
21 Infúndeles pánico, Señor,
para que aprendan que no son más que hombres. Pausa

viernes, 15 de julio de 2011

Martín Descalzo: "24 pequeñas maneras de amar"

Cuando a la gente se la habla de que "hay que amarse los unos a los otros" son muchos los que se te quedan mirando y te preguntan: ¿y amar, qué es: un calorcillo en el corazón? ¿Cómo se hace eso de amar, sobre todo cuando se trata de desconocidos o semiconocidos? ¿Amar son, tal vez, solamente algunos impresionantes gestos heroicos?

Un amigo mío, Amado Sáez de Ibarra, publicó hace muchos años un folleto que se titulaba "El arte de amar" y en él ofrecía una serie de pequeños gestos de amor, de esos que seguramente no cambian el mundo, pero que, por un lado, lo hacen más vividero y, por otro, estiran el corazón de quien los hace.


Siguiendo su ejemplo voy a ofrecer aquí una lista de 24 pequeñas maneras de
amar:


-Aprenderse los nombres de la gente que trabaja con nosotros o de los que nos cruzamos en el ascensor y tratarles luego por su nombre.
- Estudiar los gustos ajenos y tratar de complacerles.
- Pensar, por principio, bien de todo el mundo.
- Tener la manía de hacer el bien, sobre todo a los que no se la merecerían teóricamente.
- Sonreír. Sonreír a todas horas. Con ganas o sin ellas.
- Multiplicar el saludo, incluso a los semiconocidos.
- Visitar a los enfermos, sobre todo sin son crónicos.
- Prestar libros aunque te pierdan alguno. Devolverlos tú.
- Hacer favores. Y concederlos antes de que terminen de pedírtelos.
- Olvidar ofensas. Y sonreír especialmente a los ofensores.
- Aguantar a los pesados. No poner cara de vinagre escuchándolos.
- Tratar con antipáticos. Conversar con los sordos sin ponerte nervioso.
- Contestar, si te es posible, a todas las cartas.
- Entretener a los niños chiquitines. No pensar que con ellos pierdes el tiempo.
- Animar a los viejos. No engañarles como chiquillos, pero subrayar todo lo positivo que encuentres en ellos.
- Recordar las fechas de los santos y cumpleaños de los conocidos y amigos.
- Hacer regalos muy pequeños, que demuestren el cariño pero no crean obligación de ser compensados con otro regalo.
- Acudir puntualmente a las citas, aunque tengas que esperar tú.
- Contarle a la gente cosas buenas que alguien ha dicho de ellos.
- Dar buenas noticias.
- No contradecir por sistema a todos los que hablan con nosotros.
- Exponer nuestras razones en las discusiones, pero sin tratar de aplastar.
- Mandar con tono suave. No gritar nunca.
- Corregir de modo que se note que te duele el hacerlo.


La lista podría ser interminable y los ejemplos similares infinitos. Y ya sé que son minucias. Pero con muchos millones de pequeñas minucias como éstas el mundo se haría más habitable.



José Luis Martín Descalzo

lunes, 11 de julio de 2011

Salmo 8

SALMO 8
 
Qué admirable es tu nombre en toda la tierra
 
8:1 Del maestro de coro. Con la cítara de Gat. Salmo de David.
8:2 ¡Señor, nuestro Dios,
qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:
8:3 con la alabanza de los niños
y de los más pequeños,
erigiste una fortaleza contra tus adversarios
para reprimir al enemigo y al rebelde.
8:4 Al ver el cielo, obra de tus manos,
la luna y la estrellas que has creado:
8:5 ¿qué es el hombre para que pienses en él,
el ser humano para que lo cuides?
8:6 Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y esplendor;
8:7 le diste dominio sobre la obra de tus manos,
todo lo pusiste bajo sus pies:
8:8 todos los rebaños y ganados,
y hasta los animales salvajes;
8:9 las aves del cielo, los peces del mar
y cuanto surca los senderos de las aguas.
8:10 ¡Señor, nuestro Dios,
qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!

viernes, 8 de julio de 2011

Martín Descalzo: "Te quiero tal y como eres"

Cuenta Anthony de Mello una fábula que me gustaría comentar a mis lectores. Dice así: «Durante años fui un neurótico. Era un ser oprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que era. Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no me convencía la necesidad de hacerlo por mucho que lo intentara.
 
Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara. Y también con él estaba de acuerdo, aunque tampoco podía ofenderme con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado.

 
Pero un día mi amigo me dijo: "No cambies. Sigue siendo tal y como eres. En
realidad, no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte."

 
Aquellas palabras sonaron en mis oídos como una música: "No cambies, no
cambies, te quiero." Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh maravilla!, cambié.».

 
Supongo que habrá algunos lectores que no estén del todo de acuerdo con esta fábula y que hubieran preferido que el consejo de mi amigo fuera un poco diferente: «Harías bien en tratar de cambiar por tu propio bien, pero lo importante es que sepas que yo te quiero. como eres o como puedes llegar a ser.» Pero lo que me parece claro es que, en todo caso, lo sustancial de la fábula pie: nadie es capaz de cambiar si no se siente querido, si no experimenta una razón «positiva» para cambiar, si no tiene a interior suficiente para subirse por encima de sus fallos.

 
Temo que esta elemental norma pedagógica y humana sea desconocida por
muchísimas personas. Tal vez por eso el primer consejo yo doy siempre a los
padres que me cuentan problemas de sus hijos sea éste: De momento, quiérele, quiérele ahora más que nunca. No le eches en cara sus defectos, que él ya conoce. Quiérele. Confía en él. Hazle comprender que le quieres y le querrás siempre, con defectos o sin ellos. El debe estar que, haga lo que haga, no perderá tu amor. Eso, lejos de empujarle al mal, le dará fuerza para sentirse hombre. Con reproches lo más probable es que multipliques su amargura y le hagas encastillarse en sus defectos, aunque sólo sea propio. El debe conocer que esos fallos suyos te hacen sufrir. Pero debe saber también que tú le amas lo suficiente como para sufrir por él todo lo que sea necesario.

 
Y nunca le pases factura por ese amor. Tú lo haces porque es tu deber, porque eres padre o madre, no como un gesto de magnanimidad. Y cuando te canses -porque también te cansarás de perdonar por mucho que le quieras-, acuérdate alguna vez de que también Dios nos quiere como somos y tiene con nosotros mucha más paciencia que nosotros con los nuestros.

 
Pero, ¿y si la técnica del amor termina fallando porque también la ingratitud es parte de la condición humana? Al menos habremos cumplido con nuestro deber y habremos aportado lo mejor de nosotros. En todo caso, es seguro que un poco de amor vale mucho más que mil reproches.


 
Tomado de "Razones para el amor" en www.preb.com/articulos

José Luis Martín Descalzo

lunes, 4 de julio de 2011

Salmo 7

SALMO 7
 
Alabaré al Señor porque es justo
 
7:1 Lamentación de David. La que cantó al Señor a propósito de Cus, el benjaminita. 

Invocación inicial

7:2 Señor, Dios mío, en ti me refugio:
sálvame de todos los que me persiguen; 
7:3 líbrame, para que nadie pueda atraparme
como un león, que destroza sin remedio. 

Declaración de la propia inocencia

7:4 Señor, Dios mío, si cometí alguna bajeza,
o hay crímenes en mis manos; 
7:5 si he pagado con traición a mi amigo
o he despojado sin razón a mi adversario: 
7:6 que el enemigo me persiga y me alcance,
que aplaste mi vida contra el suelo
y deje tendidas mis entrañas en el polvo. Pausa

Apelación al Juicio de Dios

7:7 Levántate, Señor, lleno de indignación;
álzate contra el furor de mis adversarios.
Despierta para el juicio que has convocado: 
7:8 que una asamblea de pueblos te rodee,
y presídelos tú, desde lo alto. 
7:9 El Señor es el Juez de las naciones:
júzgame, Señor, conforme a mi justicia
y de acuerdo con mi integridad. 
7:10 ¡Que se acabe la maldad de los impíos!
Tú que sondeas las mentes y los corazones,
tú que eres un Dios justo, apoya al inocente. 
7:11 Mi escudo es el Dios Altísimo,
que salva a los rectos de corazón. 
7:12 Dios es un Juez justo
y puede irritarse en cualquier momento. 
7:13 Si no se convierten, afilará la espada,
tenderá su arco y apuntará; 
7:14 preparará sus armas mortíferas,
dispondrá sus flechas incendiarias. 

El pecador, autor y víctima de su maldad

7:15 El malvado concibe la maldad,
está grávido de malicia y da a luz la mentira. 
7:16 Cavó una fosa y la ahondó,
pero él mismo cayó en la fosa que hizo: 
7:17 su maldad se vuelve sobre su cabeza,
su violencia recae sobre su cráneo. 
7:18 Daré gracias al Señor por su justicia
y cantaré al nombre del Señor Altísimo.

viernes, 1 de julio de 2011

Martín Descalzo: "Censura"

Aquel cura comenzó así su sermón: ¡Ricos comiencen a llorar ya y gritar por
las desgracias que se les avecinan!.

 
Aquel señor pensaba: "¡Y dale con los ricos! Es curioso; la Iglesia siempre va por oleadas. Les da a los curas por un tema y ya no salen de él en no sé cuántos meses. Ahora les ha dado por meterse con nosotros y habrá que aguantarse. ¿Pero no se darán cuenta de que somos los únicos que les quedamos? ¿De quién viven sus colegios? ¿Quién encarga los funerales de primera?"

 
El cura seguía: Sus riquezas están ya podridas, sus vestidos se los está comiendo la polilla. El oro y la plata se están llenando de orín y el moho de esos metales está gritando contra ustedes y devorará sus carnes como una llamarada.

 
Una jovencita pensaba: "¿Y a esto le llaman lenguaje realista? Nada, que hasta los curas leen ahora esas novelas llenas de palabrotas. Y mira que es de mal gusto: orín, polilla, moho... ¿No podrían decir las cosas más finamente? Todavía en una cafetería se comprenden los... "modismos", pero en una iglesia... Claro la mayoría de los curas son gente de pueblo y en los Seminarios no les desbastan ni un pelo y luego...".

 
El cura continuó: Están atesorando ira para los últimos días. Sepan que el jornal justo que no le pagan a sus empleados...

 
El propietario del pueblo pensaba: "¡Qué fácil resulta generalizar desde un púlpito! Sería mejor que bajasen a la realidad, a las cifras y que se dejasen de vocear en sus sermones. Y si al menos tuvieran una formación económica seria... Me gustaría preguntarle ahora qué es la renta nacional y a qué ritmo progresa o desciende la inflación. Veríamos entonces. Porque no hay gente que sepa menos de dinero que los curas.

 
La voz seguía llegando desde el púlpito: ...el jornal que no le pagan, robándoselo, grita contra ustedes y su clamor ha penetrado ya en los oídos del Dios de los ejércitos.

 
El intelectual pensaba: "Los curas se han metido a demagogos. Antes les daba por el sexo, ahora cambiaron de disco. Y es una pena. Lo de antes era por lo menos más divertido: medias, escotes. ¡Y hablaban con tanta ingenuidad los pobres! Ahora: venga cuestión social. Y, naturalmente, aquí de no hacer técnica se hace demagogia. No hay más que verlo: palabras hinchadas, sin una sola afirmación concreta. "La sangre de los obreros"..., bueno, eso para dicho en un mitin no está mal, pero aquí... Una pena, de veras, antes se divertía uno más durante los sermones."

 
Terca seguía la voz en el púlpito: Sí, con banquetes sobre la tierra se están
cebando a ustedes mismos para el día del matadero.

 
La señora estaba indignada: "¡Ya está bien!, ¿no? Vamos, nos tratan como cerdos. ¿O no saben que los puercos son los de abajo? Y cómo se van a poner los obreros cuando oigan estas cosas. Pues no tenían poco hinchada ya la cabeza. A la hora de la verdad de lo que se trata es de llamar la atención; saben que hablando de estas cosas su sermón se comenta y a un curita joven tiene que apetecerle que se hable de él. Pero me gustaría que oyera a este tontito su señor obispo. Lo que debíamos hacer era ir a protestar de estas cosas. Verían cómo cambiaban. No hay derecho a que te traten así, encima de que somos los únicos que venimos a las iglesias."

 
La voz del cura se detuvo unos momentos. Cambió de tono y añadió: Son palabras tomadas de la epístola del Apóstol Santiago, capítulo V, versículos uno al seis.

 
Y aquel señor pensó: "Anda, pero si era de la Escritura."

 
La jovencita pensó: "Huy, si era de una epístola."

 
El propietario del pueblo se dijo: "Toma, si era del Evangelio."

 
El intelectual se admiró: "Pues nunca había oído yo eso."

 
La señora pensó asustada: "Ah, era de la Biblia."

 
Y los cinco a la vez, chapuzaron sus pensamientos en la nada...


 
Tomado de "Por un mundo menos malo", en www.preb.com/articulos

José Luis Martín Descalzo