lunes, 30 de enero de 2012

Salmo 37

SALMO 37 (36)

Los humildes heredarán la tierra

37:1 De David.
No te exasperes a causa de los malos,
ni envidies a los que cometen injusticias,
37:2 porque pronto se secarán como el pasto
y se marchitarán como la hierba verde.
37:3 Confía en el Señor y practica el bien;
habita en la tierra y vive tranquilo:
37:4 que el Señor sea tu único deleite,
y él colmará los deseos de tu corazón.
37:5 Encomienda tu suerte al Señor,
confía en él, y él hará su obra;
37:6 hará brillar tu justicia como el sol
y tu derecho, como la luz del mediodía.
37:7 Descansa en el Señor y espera en él;
no te exasperes por el hombre que triunfa,
ni por el que se vale de la astucia
para derribar al pobre y al humilde.
37:8 Domina tu enojo, reprime tu ira;
no te exasperes, no sea que obres mal:
37:9 porque los impíos serán aniquilados,
y los que esperan al Señor, poseerán la tierra.
37:10 Un poco más, y el impío ya no existirá;
si buscas su casa, ya no estará;
37:11 pero los humildes poseerán la tierra
y gozarán de una gran felicidad.
37:12 El malvado urde intrigas contra el justo,
y al verlo, rechinan sus dientes;
37:13 pero el Señor se burla de él,
sabiendo que se le acerca la hora.
37:14 Los impíos desenvainan la espada
y tienden sus arcos para matar al justo;
37:15 pero su espada les atravesará el corazón
y sus arcos quedarán destrozados.
37:16 Vale más la pobreza del justo
que las grandes riquezas del malvado:
37:17 porque los brazos del impío se quebrarán,
pero el Señor sostiene a los justos.
37:18 El Señor se preocupa de los buenos
y su herencia permanecerá para siempre;
37:19 no desfallecerán en los momentos de penuria,
y en tiempos de hambre quedarán saciados.
37:20 Pero los malvados irán a la ruina,
y los enemigos del Señor pasarán
como la hermosura de los prados,
se disiparán más pronto que el humo.
37:21 El impío pide prestado y no devuelve,
el justo, en cambio, da con generosidad;
37:22 los que el Señor bendice, poseerán la tierra,
y los que él maldice, serán exterminados.
37:23 El Señor asegura los pasos del hombre
en cuyo camino se complace:
37:24 aunque caiga no quedará postrado,
porque el Señor lo lleva de la mano.
37:25 Yo fui joven, ahora soy viejo,
y nunca vi a un justo abandonado,
ni a sus hijos mendigando el pan;
37:26 él presta siempre con generosidad
y su descendencia será bendecida.
37:27 Aléjate del mal, practica el bien,
y siempre tendrás una morada,
37:28 porque el Señor ama la justicia
y nunca abandona a sus fieles.
Los impíos serán aniquilados
y su descendencia quedará extirpada,
37:29 pero los justos poseerán la tierra
y habitarán en ella para siempre.
37:30 La boca del justo expresa sabiduría
y su lengua dice lo que es recto:
37:31 la ley de Dios está en su corazón
y sus pasos no vacilan.
37:32 El malvado está al acecho del justo
con la intención de matarlo,
37:33 pero el Señor no lo abandona en sus manos
ni deja que lo condenen en el juicio.
37:34 Espera en el Señor y sigue su camino:
él te librará de los impíos;
te honrará con la posesión de la tierra
y tú mismo verás la ruina de los malos.
37:35 Yo vi a un impío lleno de arrogancia,
que florecía como un cedro frondoso;
37:36 pasé otra vez, y ya no estaba,
lo busqué, y no se lo pudo encontrar.
37:37 Observa al inocente, fíjate en el bueno:
el que busca la paz tendrá una descendencia;
37:38 pero los pecadores serán aniquilados
y su descendencia quedará extirpada.
37:39 La salvación de los justos viene del Señor,
él es su refugio en el momento del peligro;
37:40 el Señor los ayuda y los libera,
los salva porque confiaron en él.

viernes, 27 de enero de 2012

GLOSA A LO DIVINO

Por toda la hermosura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué
que se alcança por ventura. 

          I
Sabor de bien que es finito
lo más que puede llegar
es cansar el apetito
y estragar el paladar
y assí por toda dulçura
nunca yo me perderé
sino por un no sé qué
que se halla por ventura. 

          II
El coraçón generoso
nunca cura de parar
donde se puede passar
sino en más difficultoso
nada le causa hartura
y sube tanto su fee
que gusta de un no sé qué
que se halla por ventura. 

          III
El que de amor adolesce
de el divino ser tocado
tiene el gusto tan trocado
que a los gustos desfallece
como el que con calentura
fastidia el manjar que ve
y apetece un no sé qué
que se halla por ventura. 

          IV
No os maravilléis de aquesto
que el gusto se quede tal
porque es la causa del mal
ajena de todo el resto
y assí toda criatura
enajenada se vee
y gusta de un no sé qué
que se halla por ventura. 

          V
Que estando la voluntad
de divinidad tocada
no puede quedar pagada
sino con divinidad
mas, por ser tal su hermosura
que sólo se vee por fee,
gústala en un no sé qué
que se halla por ventura. 

          VI
Pues, de tal enamorado
dezidme si abréis dolor
pues que no tiene sabor
entre todo lo criado
solo sin forma y figura
sin hallar arrimo y pie
gustando allá un no sé qué
que se halla por ventura. 

          VII
No penséis que el interior
que es de mucha más valía
halla gozo y alegría
en lo que acá da sabor
mas sobre toda hermosura
y lo que es y será y fue
gusta de allá un no sé qué
que se halla por ventura. 

          VIII
Más emplea su cuydado
quien se quiere aventajar
en lo que está por ganar
que en lo que tiene ganado
y assí, para más altura
yo siempre me inclinaré
sobre todo a un no sé qué
que se halla por ventura. 

          IX
Por lo que por el sentido
puede acá comprehenderse
y todo lo que entenderse
aunque sea muy subido
ni por gracia y hermosura
yo nunca me perderé
sino por un no sé qué
que se halla por ventura.


San Juan de la Cruz

lunes, 23 de enero de 2012

Salmo 36

SALMO 36 (35)

Por tu luz vemos la luz

36:1 Del maestro de coro. De David, el servidor del Señor. 

Reflexión sobre la conducta del impío

36:2 El pecado habla al impío
en el fondo de su corazón;
para él no hay temor de Dios,
36:3 porque se mira con tan buenos ojos
que no puede descubrir ni aborrecer su culpa.
36:4 Las palabras de su boca son maldad y traición;
dejó de ser sensato y de practicar el bien;
36:5 en su lecho, sólo piensa hacer el mal,
se obstina en el camino del crimen
y no reprueba al malvado. 

Alabanza y súplica a la misericordia de Dios

36:6 Tu misericordia, Señor, llega hasta el cielo,
tu fidelidad hasta las nubes.
36:7 Tu justicia es como las altas montañas,
tus juicios, como un océano inmenso.
Tú socorres a los hombres y a las bestias:
36:8 ¡qué inapreciable es tu misericordia, Señor!
Por eso los hombres se refugian
a la sombra de tus alas.
36:9 Se sacian con la abundancia de tu casa,
les das de beber del torrente de tus delicias.
36:10 En ti está la fuente de la vida,
y por tu luz vemos la luz.
36:11 Extiende tu gracia sobre los que te reconocen,
y tu justicia sobre los rectos de corazón.
36:12 ¡Que el pie del orgulloso no me alcance
ni me derribe la mano del malvado!
36:13 Miren cómo cayeron los malhechores:
fueron derribados, y ya no podrán levantarse.

viernes, 20 de enero de 2012

Martín Descalzo: "Reflexiones de un enfermo en torno al dolor"

El mes de Febrero desde el día 1 hasta el día 29, no podré escribir nada en el Blog... Voy a "sufrir" una intervención quirúrgica... La recuperación también se llevará su tiempo...

DOLOR... Se me ha ocurrido poner aquí, en la entrada de hoy, otro escrito de Martín Descalzo... Nada más... Y nada menos... Rezad, si es posible, una pequeña oración por mí y por todos los enfermos del mundo... Y por todos los que sufren el dolor en todas sus manifestaciones...

Dios nos bendiga a todos con fuerza, comprensiónsabiduria, y nos de tranquilidad y paciencia, a través de los dones del Espíritu Santo...

:-)

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El dolor es un misterio. Hay que acercarse a él de puntillas y sabiendo que, después de muchas palabras, el misterio seguirá estando ahí hasta que el mundo acabe. Tenemos que acercarnos con delicadeza, como un cirujano ante una herida. Y con realismo, sin que bellas consideraciones poéticas nos impidan ver su tremenda realidad.
 
La primera consideración que yo haría es la de la «cantidad» de dolor que hay en el mundo. Después de tantos siglos de ciencia, el hombre apenas ha logrado disminuir en unos pocos centímetros las montañas del dolor. Y en muchos aspectos la cantidad del dolor aumenta. Se preguntaba Péguy: ¿Creemos acaso que la Humanidad esta sufriendo cada vez menos? ¿Creéis que el padre que ve a su hijo enfermo hoy sufre menos que otro padre del siglo XVI? ¿Creéis que los hombres se van haciendo menos viejos que hace cuatro siglos? ¿Que la Humanidad tiene ahora menos capacidad para ser desgraciada?

 
LA MONTAÑA DEL DOLOR


Los medios de comunicación nos hacen comprender mejor el tamaño de esa
montaña del dolor. El hombre del siglo XIV conocía el dolor de sus doscientos o de sus diez mil convecinos, pero no tenía ni idea de lo que se sufría en la nación vecina o en otros continentes. Hoy, afortunada o desgraciadamente, nos han abierto los ojos y sabemos el número de muertos o asesinados que hubo ayer. Sabemos que 40 millones de personas mueren de hambre al año. Y hoy se lucha más que nunca contra el dolor y la enfermedad... Pero no parece que la gran montaña del dolor disminuya. Cuando hemos derrotado una enfermedad, aparecen otras nuevas que ni sospechábamos (cómo olvidar el SIDA?) que toman el puesto de las derrotadas. En la España de hoy, y a esta misma hora, hay tres millones de españoles enfermos. Y diez millones pasan cada año por dolencias más o menos graves. Pero el resto de sus compatriotas (y de sus familiares) prefiere vivir como si estos enfermos no existieran. Se dedican a vivir sus vidas y piensan que ya se plantearán el problema cuando «les toque» a ellos.

 
Sabemos muy poco del dolor y menos aún de su porqué. ¿Por qué, si Dios es
bueno, acepta que un muchacho se mate la víspera de su boda, dejando destruidos a los suyos? ¿Por qué sufren los niños inocentes? Nosotros, cristianos, debemos ser prudentes al responder a estas preguntas que destrozan el alma de media Humanidad. ¿Quién ignora que muchas crisis de fe se producen al encontrarse con el topetazo del dolor o de la muerte? ¿Cuántos millares de personas se vuelven hoy a Dios para gritarle por qué ha tolerado el dolor o la muerte de un ser querido?

 
Dar explicaciones a medias es contraproducente y sería preferible que, ante estos porqués, los cristianos empezásemos por confesar lo que decía Juan Pablo II en su encíclica sobre el dolor: El sentido del sufrimiento es un misterio, pues somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Algunas respuestas pueden aclarar algo el problema y debemos usarlas, pero sabiendo siempre que nunca explicaremos el dolor de los inocentes.

 
TEORÍAS, NO


Una de esas respuestas parciales podía ser la que afirma que dedicarse a combatir el dolor es más importante y urgente que dedicarse a hacer teorías y responder porqués.

 
Hemos gastado más tiempo en preguntarnos por qué sufrimos que en combatir el sufrimiento. Por eso, ¡benditos los médicos, las enfermeras, cuantos se dedican a curar cuerpos o almas, cuantos luchan por disminuir el dolor en nuestro mundo!

 
El dolor es una herencia de todos los humanos, sin excepción. Un gran peligro del sufrimiento es que empieza convenciéndonos de que nosotros somos los únicos que sufrimos en el mundo o los que más sufrimos. Una de las caras más negras del dolor es que tiende a convertirnos en egoístas, que nos incita a mirar sólo hacia nosotros. Un dolor de muelas nos hace creemos la víctima número uno del mundo. Si en un telediario nos muestran miles de muertos, pensamos en ellos durante dos minutos; si nos duele el dedo meñique gastamos un día en autocompadecemos. Tendríamos que empezar por el descubrimiento del dolor de los demás para medir y situar el nuestro.

 
Es la humilde aceptación de que el hombre, todo hombre, es un ser incompleto y mutilado. Es el descubrimiento de que se puede ser feliz a pesar del dolor, pero es imposible vivir toda una vida sin él. El mayor descubrimiento, el que más me ha tranquilizado como hombre ha sido precisamente este sano realismo. Tratar de no mitificar mi enfermedad, no volverme contra Dios y contra la vida, como si yo fuera una víctima excepcional. Desde el primer momento me planteé la obligación de pensar que «yo no era un enfermo», sino «un señor que tiene un problema» como «todos» tienen sus problemas.

 
Cuando vas conociendo a los hombres, descubres que «todos» son mutilados de algo. Así pensé que a mí me faltaban los riñones o me sobraba un cáncer, pero que a los demás o les faltaba un brazo, o no tenían trabajo, o tenían un amor no correspondido, o un hijo muerto. Todos. ¿Qué derecho tenía yo, entonces, a quejarme de mis carencias, como si fueran las únicas del mundo? Sentirme especialmente desgraciado me parecía ingenuo y, sobre todo, indigno.

 
DEMASIADA RETÓRICA


La tercera gran respuesta es ver los aspectos positivos de la enfermedad. Quiero prevenir contra un gran error muy difundido entre personas de buena voluntad: la tendencia a ver en la enfermedad y el dolor algo objetivamente bueno. Creo que se ha hecho, especialmente entre los cristianos, mucha retórica sobre la bondad del dolor, con la que se confunden tres cosas: lo que es el dolor en sí; lo que se puede sacar del dolor; y aquello en lo que el dolor puede acabar convirtiéndose, con la gracia de Dios. Lo primero es y seguirá siendo horrible. Lo segundo y lo tercero pueden llegar a ser maravillosos.

 
Cristo mismo lo dejó bien claro en su vida: jamás ofreció florilegios sobre la
angustia, no fue hacia el dolor como hacia un paraíso. Al contrario: se dedicó a combatir el dolor en los demás, y, en sí mismo, lo asumió con miedo, entró en él temblando, pidió, mendigó al Padre que le alejara de él y lo asumió porque era la voluntad de su Padre. Y entonces acabó convirtiendo el dolor en redención. Es mejor no echarle almíbar piadoso al dolor. Pero hay que decir sin ningún rodeo que en la mano del hombre está conseguir que ese dolor sea ruina o parto. El hombre no puede impedir su dolor, pero puede conseguir que no lo aniquile, e incluso lograr que ese dolor lo levante en vilo.

 
En lo humano y mucho más en lo sobrenatural, el dolor puede llegar a ser uno de los grandes motores del hombre. Luis Rosales afirmaba que «los hombres que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir».

 
El dolor es parte de nuestra condición humana; deuda de nuestra raza de seres atados al tiempo y a la fugitividad. No hay hombre sin dolor. Y no es que Dios «tolere» los dolores, es, simplemente, que Dios respeta la condición temporal del hombre, lo mismo que respeta que un círculo no pueda ser cuadrado. Lo que Dios sí nos da es la posibilidad de que ese dolor sea fructífero. Empezó haciéndolo fructífero él mismo en la Cruz y así creó esa misteriosa fraternidad de dolor de la que nosotros podemos participar.

 
VINAGRE, O VINO GENEROSO


El hombre tiene en sus manos esa opción de conseguir que su propio dolor y el de sus prójimos se convierta en vinagre o en vino generoso. Yo he comprobado aquella frase de León Bloy que aseguraba que en el corazón del hombre hay muchas cavidades que desconocemos hasta que viene el dolor a descubrírnoslas. Así puedo afirmar que el dolor es, probablemente, lo mejor que me ha dado la vida y que, siendo en sí una experiencia peligrosa, se ha convertido más en un acicate que en un freno.

 
Pase lo que pase, a lo que tú no tienes derecho es a desperdiciar tu vida, a rebajarla, a creer que, porque estás enfermo, tienes ya una disculpa para no cumplir tu deber o para amargar a los que te rodean. Debes considerar la enfermedad como un handicap, como un «reto», como una nueva forma para testimoniar tu fe y realizar tu vida. Has de buscar todos los modos para sacar todo lo positivo que haya en la enfermedad y así rentabilizar más tu vida.

 
Lo verdaderamente grave de la enfermedad es cuando ésta se alarga y se alarga. Un dolor corto, por intenso que sea, no es difícil de sobrellevar. Lo verdaderamente difícil es cuando ese camino de la cruz dura años, y peor aún si se vive con poca o ninguna esperanza de curación en lo humano.

 
Sólo la gracia de Dios ha podido mantenerme alegre en estos años. Y confieso
haberla experimentado casi como una mano que me acariciase. Dios no me ha
fallado en momento alguno. Yo llamaría milagro al hecho de que en casi todas las horas oscuras siempre llegaba una carta, una llamada telefónica, un encuentro casual en una calle, que me ayudaba a recuperar la calma. Confieso con gozo que nunca me sentí tan querido como en estos años. Y subrayo esto porque sé muy bien que muchos otros enfermos no han tenido ni tienen en esto la suerte que yo tengo.

 
La verdadera enfermedad del mundo es la falta de amor, el egoísmo. ¡Tantos enfermos amargados porque no encontraron una mano comprensiva y amiga!

 
Es terrible que tenga que ser la muerte de los seres queridos la que nos descubra que hay que quererse deprisa, precisamente porque tenemos poco tiempo, porque la vida es corta ¡Ojalá no tengáis nunca que arrepentiros del amor que no habéis dado y que perdisteis!

 
La enfermedad es una gran bendición: cuando te sacude ya no puedes seguirte engañando a ti mismo, ves con claridad quién eras, quién eres.

 
Descubrí a su luz que en mi escala de valores real había un gran barullo y que no siempre coincidía con la escala que yo tenía en mis propósitos y deseos. ¡Cuántas veces el trabajo se montó por encima de la amistad! ¡Cuántos más espacios de mi tiempo dediqué al éxito profesional que a ver y charlar pausadamente con los míos! Aprendí también a aceptarme a mí mismo, a saber que en no pocas cosas fracasaría y no pasaría absolutamente nada, entendí incluso que uno no tiene corazón suficiente para responder a tanto amor como nos dan. Todo hombre es un mendigo y yo no lo sabía.

 
Entre estos descubrimientos estuvo el de los médicos, las enfermeras y los otros enfermos. Hasta hace algunos años apenas había tenido contactos con el mundo de los hospitales y tenía de sus habitantes ese barato concepto por el que, con tanta frecuencia acostumbramos a medir a los seres más por sus defectos que por sus virtudes. La enfermedad, al vivir horas y horas en los hospitales, me descubrió qué engañado estaba.

 
UN ABUSO DE CONFIANZA


La idea de que la enfermedad es «redentora» no es un tópico teológico, sino algo radicalmente verdadero. Dios espera de nosotros, no nuestro dolor, sino nuestro amor; pero es bien cierto que uno de los principales modos en que podemos demostrarle nuestro amor es uniéndonos apasionadamente a su Cruz y a su labor redentora. ¿Qué otras cosas tenemos, en definitiva, los hombres para aportar a su tarea?

 
Os confieso que jamás pido a Dios que me cure mi enfermedad. Me parecería un abuso de confianza; temo que, si me quitase Dios mi enfermedad, me estaría privando de una de las pocas cosas buenas que tengo: mi posibilidad de colaborar con él más íntimamente, más realmente. Le pido, sí, que me ayude a llevar la enfermedad con alegría; que la haga fructificar, que no la estropee yo por mi egoísmo.



José Luis Martín Descalzo

lunes, 16 de enero de 2012

Salmo 35

SALMO 35 (34)

Yo soy tu salvación

35:1 De David. 

Pedido de auxilio contra los perseguidores

Combate, Señor, a los que me atacan,
pelea contra los que me hacen la guerra.
35:2 Toma el escudo y el broquel,
levántate y ven en mi ayuda;
35:3 empuña la lanza y la jabalina
para enfrentar a mis perseguidores;
dime: "Yo soy tu salvación".
35:4 Que sufran una derrota humillante
los que intentan quitarme la vida;
que vuelvan la espalda confundidos
los que traman mi perdición.
35:5 Que sean como la paja ante el viento,
mientras el Ángel del Señor los arrastra;
35:6 que su camino sea oscuro y resbaladizo,
mientras el Ángel del Señor los persigue.
35:7 Porque me tendieron sus redes sin motivo
y me cavaron una fosa mortal:
35:8 ¡que los sorprenda un desastre imprevisto;
que sean atrapados por sus propias redes,
y caigan en la fosa que ellos mismos cavaron!
35:9 Pero yo me alegraré en el Señor,
me regocijaré por su victoria;
35:10 todo mi ser proclamará:
"Señor, no hay nadie igual a ti;
tú libras al débil de las manos del más fuerte,
y al pobre, de aquel que lo despoja". 

La ingratitud de los perseguidores

35:11 Se presentan contra mí testigos falsos;
me piden cuenta de cosas que ignoro;
35:12 me devuelven mal por bien,
dejando mi alma desolada.
35:13 Yo, en cambio, cuando ellos estaban enfermos,
me cubría con ropas de penitente,
afligía mi alma con ayunos
y oraba con la cabeza inclinada.
35:14 Ellos eran para mí como un amigo o un hermano,
y yo andaba triste y abatido,
como quien llora la muerte de su madre.
35:15 Pero cuando tropecé ellos se alegraron,
se juntaron todos contra mí
y me golpearon sorpresivamente;
me desgarraban sin cesar,
35:16 se burlaban de mí con crueldad
y rechinaban contra mí sus dientes. 

Apelación a la justicia de Dios

35:17 Señor, ¿cuánto tiempo vas a tolerarlo?
Líbrame de los animales rugientes,
salva mi vida de los leones;
35:18 y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré en medio de una multitud.
35:19 ¡Que no canten victoria
mis enemigos traicioneros,
ni se guiñen el ojo los que me odian sin motivo!
35:20 Ellos no hablan de paz,
sino que atacan a los oprimidos de la tierra;
traman planes engañosos
35:21 y se ríen de mí a carcajadas, diciendo:
"Lo hemos visto con nuestros propios ojos".
35:22 Tú también lo has visto, Señor, no te calles;
no te quedes lejos de mí, Señor:
35:23 ¡despiértate, levántate, Dios mío,
Señor mío, defiende mi causa!
35:24 Júzgame según tu justicia, Señor:
Dios mío, que no canten victoria sobre mí;
35:25 que no piensen: "Se cumplió nuestro deseo",
ni digan: "Lo hemos devorado".
35:26 Que sufran una derrota humillante
los que se alegran de mi desgracia;
que se cubran de confusión y de vergüenza
los que se envalentonan contra mí.
35:27 Canten, en cambio, y alégrense,
los que desean mi triunfo;
los que desean mi felicidad, repitan siempre:
"¡Qué grande es el Señor!"
35:28 Entonces mi lengua pregonará tu justicia,
y cada día proclamaré tu alabanza.

viernes, 13 de enero de 2012

Encima de las corrientes

Super flumina Babylonis
 
Encima de las corrientes
que en Babilonia hallava
allí me senté llorando
allí la tierra regava
acordándome de ti
¡o Sión! a quien amava
era dulce tu memoria,
y con ella más llorava.
Dexé los traxes de fiesta
los de trabaxo tomava
y colgué en los verdes sauzes
la música que llevaba
puniéndola en esperança
de aquello que en ti esperava.
Allí me hyrió el amor
y el coraçón me sacava.
Díxele que me matase
pues de tal suerte llagava
yo me metía en su fuego
sabiendo que me abrasava
desculpando el avezica
que en el fuego se acababa
estávame en mí muriendo
y en ti solo respirava
en mí por ti me moría
y por ti resucitava
que la memoria de ti
daba vida y la quitava.
Gozábanse los estraños
entre quien cautivo estava.
Preguntávanme cantares
de lo que en Sión cantava
—Canta de Sión un hynno
veamos cómo sonava.
—Dezid, ¿cómo en tierra ajena
donde por Sión llorava
cantaré yo la alegría
que en Sión se me quedava?
Echaríala en olbido
si en la ajena me gozava.
Con mi paladar se junte
la lengua con que hablava
si de ti yo me olbidare
en la tierra do morava.
Sión por los verdes ramos
que Babilonia me dava
de mí se olbide mi diestra
que es lo que en ti más amava
si de ti no me acordare
en lo que más me gozava
y si yo tuviere fiesta
y sin ti la festejava.
¡O hija de Babilonia
mísera y desventurada!
Bienaventurado era
aquel en quien confiava
que te a de dar el castigo
que de tu mano llevava
y juntará sus pequeños
y a mí, porque en ti esperava
a la piedra que era Christo
por el qual yo te dexaba.
Debetur soli gloria vera Deo


San Juan de la Cruz

lunes, 9 de enero de 2012

Salmo 34

SALMO 34 (33)

Gusten y vean qué bueno es el Señor

34:1 De David. Cuando se fingió demente delante de Abimélec, 
y tuvo que irse, echado por él. 

Reconocimiento de la bondad de Dios

34:2 Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
34:3 Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.
34:4 Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
34:5 Busqué al Señor: él me respondió
y me libró de todos mis temores.
34:6 Miren hacia él y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
34:7 Este pobre hombre invocó al Señor:
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
34:8 El Ángel del Señor acampa
en torno de sus fieles, y los libra.
34:9 ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
¡Felices los que en él se refugian!
34:10 Teman al Señor, todos sus santos,
porque nada faltará a los que lo temen.
34:11 Los ricos se empobrecen y sufren hambre,
pero los que buscan al Señor no carecen de nada. 

Exhortación a la práctica del bien

34:12 Vengan, hijos, escuchen:
voy a enseñarles el temor del Señor.
34:13 ¿Quién es el hombre que ama la vida
y desea gozar de días felices?
34:14 Guarda tu lengua del mal,
y tus labios de palabras mentirosas.
34:15 Apártate del mal y practica el bien,
busca la paz y sigue tras ella.
34:16 Los ojos del Señor miran al justo
y sus oídos escuchan su clamor;
34:17 pero el Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra.
34:18 Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.
34:19 El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos.
34:20 El justo padece muchos males,

pero el Señor lo libra de ellos.
34:21 Él cuida todos sus huesos,

no se quebrará ni uno solo.
34:22 La maldad hará morir al malvado,
y los que odian al justo serán castigados;
34:23 Pero el Señor rescata a sus servidores,
y los que se refugian en él no serán castigados.

viernes, 6 de enero de 2012

EL CAMELLO COJITO

EL CAMELLO COJITO
(AUTO DE LOS REYES MAGOS)


El camello se pinchó
Con un cardo en el camino
Y el mecánico Melchor
Le dio vino.

Baltasar fue a repostar
Más allá del quinto pino....
E intranquilo el gran Melchor
Consultaba su "Longinos".

-¡No llegamos,
no llegamos
y el Santo Parto ha venido!

-son las doce y tres minutos
y tres reyes se han perdido-.

El camello cojeando
Más medio muerto que vivo
Va espeluchando su felpa
Entre los troncos de olivos.

Acercándose a Gaspar,
Melchor le dijo al oído:
-Vaya birria de camello
que en Oriente te han vendido.

A la entrada de Belén
Al camello le dio hipo.
¡Ay, qué tristeza tan grande
con su belfo y en su hipo!

Se iba cayendo la mirra
A lo largo del camino,
Baltasar lleva los cofres,
Melchor empujaba al bicho.

Y a las tantas ya del alba
-ya cantaban pajarillos-
los tres reyes se quedaron
boquiabiertos e indecisos,
oyendo hablar como a un Hombre
a un Niño recién nacido.

-No quiero oro ni incienso
ni esos tesoros tan fríos,
quiero al camello, le quiero.
Le quiero, repitió el Niño.

A pie vuelven los tres reyes
Cabizbajos y afligidos.
Mientras el camello echado
Le hace cosquillas al Niño.

Gloria Fuertes

lunes, 2 de enero de 2012

Salmo 33

SALMO 33 (32)

Aclamen, justos, al Señor

Invitación inicial
 
33:1 Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos alabarlo.
33:2 Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas;
33:3 entonen para él un canto nuevo,
toquen con arte, profiriendo aclamaciones. 

La Palabra creadora de Dios

33:4 Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
33:5 él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.
33:6 La palabra del Señor hizo el cielo,
y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales;
33:7 él encierra en un cántaro las aguas del mar
y pone en un depósito las olas del océano.
33:8 Que toda la tierra tema al Señor,
y tiemblen ante él los habitantes del mundo;
33:9 porque él lo dijo, y el mundo existió,
él dio una orden, y todo subsiste. 

Los planes de la Providencia divina

33:10 El Señor frustra el designio de las naciones
y deshace los planes de los pueblos,
33:11 pero el designio del Señor
permanece para siempre,
y sus planes, a lo largo de las generaciones.
33:12 ¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se eligió como herencia!
33:13 El Señor observa desde el cielo
y contempla a todos los hombres;
33:14 él mira desde su trono
a todos los habitantes de la tierra;
33:15 modela el corazón de cada uno
y conoce a fondo todas sus acciones.
33:16 El rey no vence por su mucha fuerza
ni se libra el guerrero por su gran vigor;
33:17 de nada sirven los caballos para la victoria:
a pesar de su fuerza no pueden salvar.
33:18 Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
33:19 para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia. 

Expresión de confianza

33:20 Nuestra alma espera en el Señor:
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
33:21 Nuestro corazón se regocija en él:
nosotros confiamos en su santo Nombre.
33:22 Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.

San Agustín: Comentarios al Salmo 33 (32)

Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo. Despojaos de lo antiguo, ya que se os invita al cántico nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico. El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al nuevo Testamento, que es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que debe cantar el cántico nuevo.

Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría. Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien. El no admite un canto que ofenda sus oídos. Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para agradar a alguien entendido en música, no te atreverás a cantarle sin la debida preparación musical, por temor a desagradarle, ya que él, como perito en la materia, descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a otro cualquiera. ¿Quién, pues, se prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a cantar con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos tan perfectos?

Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle: no te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.

El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es licito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.


San Agustín de Hipona