lunes, 30 de abril de 2012

Salmo 46

SALMO 46 (45)

El Señor está con nosotros

46:1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Para oboes. Canto.
46:2 El Señor es nuestro refugio y fortaleza,
una ayuda siempre pronta en los peligros.
46:3 Por eso no tememos,
aunque la tierra se conmueva
y las montañas se desplomen
hasta el fondo del mar;
46:4 aunque bramen y se agiten sus olas,
y con su ímpetu sacudan las montañas.
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob. Pausa
46:5 Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios,
la más santa Morada del Altísimo.
46:6 El Señor está en medio de ella: nunca vacilará;
él la socorrerá al despuntar la aurora.
46:7 Tiemblan las naciones, se tambalean los reinos:
él hace oír su voz y se deshace la tierra.
46:8 El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob. Pausa
46:9 Vengan a contemplar las obras del Señor,
él hace cosas admirables en la tierra:
46:10 elimina la guerra hasta los extremos del mundo;
rompe el arco, quiebra la lanza
y prende fuego a los escudos.
46:11 Ríndanse y reconozcan que yo soy Dios:
yo estoy por encima de las naciones,
por encima de toda la tierra.
46:12 El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob. Pausa

viernes, 27 de abril de 2012

CRUZ, DESCANSO SABROSO...

Cruz, descanso sabroso de mi vida
vos seáis la bienvenida.
Oh bandera, en cuyo amparo
el más flaco será fuerte,
oh vida de nuestra muerte,
qué bien la has resucitado;
al león has amansado,
Pues por ti perdió la vida:
vos seáis la bienvenida.

Quien no os ama está cautivo
y ajeno de libertad;
quien a vos quiere allegar
no tendrá en nada desvío.
Oh dichoso poderío,
donde el mal no halla cabida,
vos seáis la bienvenida.

Vos fuisteis la libertad
de nuestro gran cautiverio;
por vos se reparó mi mal
con tan costoso remedio;
para con Dios fuiste medio
de alegría conseguida:
vos seáis la bienvenida.


Santa Teresa de Jesús

lunes, 23 de abril de 2012

Salmo 45

SALMO 45 (44)

Has cautivado al rey con tu hermosura

45:1 Del maestro de coro. Según la melodía de "Los lirios". De los hijos de Coré. Poema. Canto de amor. 

Elogio del rey

45:2 Me brota del corazón un hermoso poema,
yo dedico mis versos al rey:
mi lengua es como la pluma
de un hábil escribiente.
45:3 Tú eres hermoso,
el más hermoso de los hombres;
la gracia se derramó sobre tus labios,
porque el Señor te ha bendecido para siempre.
45:4 Cíñete, guerrero, la espada a la cintura;
45:5 con gloria y majestad, avanza triunfalmente;
cabalga en defensa de la verdad y de los pobres.
Tu mano hace justicia y tu derecha, proezas;
45:6 tus flechas son punzantes,
se te rinden los pueblos
y caen desfallecidos los rivales del rey.
45:7 Tu trono, como el de Dios,
permanece para siempre;
el cetro de tu realeza es un cetro justiciero:
45:8 tú amas la justicia y odias la iniquidad.
Por eso el Señor, tu Dios, prefiriéndote a tus iguales,
te consagró con el óleo de la alegría:
45:9 tus vestiduras exhalan
perfume de mirra, áloe y acacia.
Las arpas te alegran desde los palacios de marfil;
45:10 una hija de reyes está de pie a tu derecha:
es la reina, adornada con tus joyas
y con oro de Ofir. 

La esposa del rey

45:11 ¡Escucha, hija mía, mira y presta atención!
Olvida tu pueblo y tu casa paterna,
45:12 y el rey se prendará de tu hermosura.
Él es tu señor: inclínate ante él;
45:13 la ciudad de Tiro vendrá con regalos
y los grandes del pueblo buscarán tu favor.
45:14 Embellecida con corales engarzados en oro
45:15 y vestida de brocado, es llevada hasta el rey.
Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían;
45:16 con gozo y alegría entran al palacio real.
45:17 Tus hijos ocuparán el lugar de tus padres,
y los pondrás como príncipes por toda la tierra.
45:18 Yo haré célebre tu nombre
por todas las generaciones:
por eso, los pueblos te alabarán eternamente.

viernes, 20 de abril de 2012

PASTORES QUE VELÁIS

¡Ah, pastores que veláis,
por guardar vuestro rebaño,
mirad que os nace un Cordero,
Hijo de Dios Soberano!

Viene pobre y despreciado,
comenzadle ya a guardar,
que el lobo os le ha de llevar,
sin que le hayamos gozado.
 Gil, dame acá aquel cayado
que no me saldrá de mano,
no nos lleven al Cordero:
¿no ves que es Dios Soberano?

 ¡Sonzas!, que estoy aturdido
de gozo y de penas junto.
 ¿Si es Dios el que hoy ha nacido,
cómo puede ser difunto?
 ¡Oh, que es hombre también junto!
La vida estará en su mano;
mirad, que es este el Cordero,
Hijo de Dios Soberano.

 No sé para qué le piden,
pues le dan después tal guerra.
 Mía fe, Gil, mejor será
que se nos torne a su tierra.
 Si el pecado nos destierra,
y está el bien todo en su mano,
ya que ha venido, padezca
este Dios tan Soberano.

 Poco te duele su pena;
¡oh, cómo es cierto del hombre,
cuando nos viene provecho,
el mal ajeno se esconde!
 ¿No ves que gana renombre
de pastor de gran rebaño?
 Con todo, es cosa muy fuerte
que muera Dios Soberano.


Santa Teresa de Jesús

lunes, 16 de abril de 2012

Salmo 44

SALMO 44 (43)

Levántate, Señor, en nuestra ayuda

44:1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Poema. 

Evocación de la obra de Dios

44:2 Señor, nuestros padres nos contaron,
y por eso llegó a nuestros oídos,
la obra que hiciste antiguamente,
44:3 con tu propia mano, cuando ellos vivían.
Tú expulsaste a las naciones
para plantarlos a ellos;
y para hacerlos crecer,
destruiste a los pueblos.
44:4 No ocuparon la tierra con su espada
ni su brazo les obtuvo la victoria:
fue tu mano derecha y tu brazo,
fue la luz de tu rostro, porque los amabas.
44:5 Eras tú, mi Rey y mi Dios,
el que decidía las victorias de Jacob:
44:6 con tu auxilio embestimos al enemigo
y en tu Nombre aplastamos al agresor.
44:7 Porque yo no confiaba en mi arco
ni mi espada me dio la victoria:
44:8 tú nos salvaste de nuestros enemigos
y confundiste a nuestros adversarios.
44:9 El Señor ha sido siempre nuestro orgullo:
damos gracias a tu Nombre eternamente. Pausa

Queja por la actitud desconcertante de Dios

44:10 Pero ahora nos rechazaste y humillaste:
dejaste de salir con nuestro ejército,
44:11 nos hiciste retroceder ante el enemigo
y nuestros adversarios nos saquearon.
44:12 Nos entregaste como ovejas al matadero
y nos dispersaste entre las naciones;
44:13 vendiste a tu pueblo por nada,
no sacaste gran provecho de su venta.
44:14 Nos expusiste a la burla de nuestros vecinos,
a la risa y al escarnio de los que nos rodean;
44:15 hiciste proverbial nuestra desgracia
y los pueblos nos hacen gestos de sarcasmo.
44:16 Mi oprobio está siempre ante mí
y mi rostro se cubre de vergüenza,
44:17 por los gritos de desprecio y los insultos,
por el enemigo sediento de venganza. 

Confesión de inocencia

44:18 ¡Y todo esto nos ha sobrevenido
sin que nos hayamos olvidado de ti,
sin que hayamos traicionado tu alianza!
44:19 Nuestro corazón no se volvió atrás
ni nuestros pasos se desviaron de tu senda,
44:20 como para que nos aplastaras
en un lugar desierto
y nos cubrieras de tinieblas.
44:21 Si hubiéramos olvidado el nombre
de nuestro Dios
y recurrido a un dios extraño,
44:22 el Señor lo habría advertido,
porque él conoce los secretos más profundos.

Súplica por la restauración del Pueblo

44:23 Por tu causa nos dan muerte sin cesar
y nos tratan como a ovejas que van al matadero.
44:24 ¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes?
¡Levántate, no nos rechaces para siempre!
44:25 ¿Por qué ocultas tu rostro
y te olvidas de nuestra desgracia y opresión?
44:26 Estamos hundidos en el polvo,
nuestro cuerpo está pegado a la tierra.
44:27 ¡Levántate, ven a socorrernos;
líbranos por tu misericordia!

viernes, 13 de abril de 2012

Martín Descalzo: "¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!"

 Hoy es Viernes 13, día de mala suerte para los paises de tradición anglosajona... Es nuestra primera entrada después de Semana Santa y "exorcizaremos" el supuesto mal "yuyu" de este día, con el feliz anuncio de la resurección de Cristo... Nada mejor que este escrito de Martín Descalzo... Ningún día mejor que este día... :-)

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1. La antorcha de Pascua
 
Hace ya muchos años, tuve la ocasión y la suerte de presenciar en Jerusalén la celebración de la pascua de los ortodoxos. Como ustedes saben, la Iglesia ortodoxa y toda la oriental han conservado con más apasionamiento que nosotros el gozo de la celebración de la Resurrección del Señor que es el centro de su fe y de su liturgia. Y ésta tiene muy especial relieve en Jerusalén, en la basílica que conserva precisamente el lugar de la tumba de Jesús y, por tanto, el de su resurrección.

 
Durante la noche anterior, e incluso antes del atardecer, ya está abarrotada la
basílica de creyentes que esperan ansiosos la hora de esa resurrección. Allí oran unos, duermen otros, esperan todos. Y poco después del alba, el patriarca ortodoxo de Jerusalén penetra en el pequeño edículo que encierra el sepulcro de Jesús. Se cierran sus puertas y allí permanece largo rato en oración, mientras crece la ansiedad y la espera de los fieles. Al fin, hacia las seis de la mañana, se abre uno de los ventanucos de la capillita del sepulcro y por él aparece el brazo del patriarca con una antorcha encendida. En esta antorcha encienden los diáconos las suyas y van distribuyendo el fuego entre los fieles que, pasándoselo de unos a otros, van encendiendo todas las antorchas. Sale entonces el patriarca del sepulcro y grita: ¡Cristo ha resucitado! Y toda la comunidad responde: ¡Aleluya!

 
Y en ese momento se produce la gran desbandada: los fieles se lanzan hacia las puertas, hacia las calles de la ciudad con sus antorchas encendidas y las atraviesan gritando: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! Y quienes no pudieron ir a la ceremonia encienden a su vez sus antorchas y como un río de fuego se pierden por toda la ciudad.

 
Me impresionó la ceremonia por su belleza. Pero aún más por su simbolismo. Eso deberíamos hacer los cristianos todos los días de pascua y todos los días del año, porque en el corazón del creyente siempre es Pascua: dejar arder las antorchas de nuestras almas y salir por el mundo gritando el más gozoso de todos los anuncios: que Cristo ha resucitado y que, como Él, todos nosotros resucitaremos.

 
2. ¡Resucitó! !Aleluya, alegría!


¡Aleluya, aleluya!, éste es el grito que, desde hace veinte siglos, dicen hoy los cristianos, un grito que traspasa los siglos y cruza continentes y fronteras. Alegría, porque Él resucitó. Alegría para los niños que acaban de asomarse a la vida y para los ancianos que se preguntan a dónde van sus años; alegría para los que rezan en la paz de las iglesias y para los que cantan en las discotecas; alegría para los solitarios que consumen su vida en el silencio y para los que gritan su gozo en la ciudad.

 
Como el sol se levanta sobre el mar victorioso, así Cristo se alza encima de la
muerte. Como se abren las flores aunque nadie las vea, así revive Cristo dentro de los que le aman. Y su resurrección es un anuncio de mil resurrecciones: la del recién nacido que ahora recibe las aguas del bautismo, la de los dos muchachos que sueñan el amor, la del joven que suda recolectando el trigo, la de ese matrimonio que comienza estos días la estupenda aventura de querer y quererse, y la de esa pareja que se ha querido tanto que ya no necesita palabras ni promesas. Sí, resucitarán todos, incluso los que viven hundidos en el llanto, los que ya nada esperan porque lo han visto todo, los que viven envueltos en violencia y odio y los que de la muerte hicieron un oficio sonriente y normal.

 
No lloréis a los muertos como los que no creen. Quienes viven en Cristo arderán como un fuego que no se extingue nunca. Tomad vuestras guitarras y cantad y alegraos. Acercaos al pan que en el altar anuncia el banquete infinito, a este pan que es promesa de una vida más larga, a este pan que os anuncia una vida más honda. El que resucitó volverá a recogeros, nos llevará en sus hombros como un padre querido como una madre tierna que no deja a los suyos. Recordad, recordadlo: no os han dejado solos en un mundo sin rumbo. Hay un sol en el cielo y hay un sol en las almas. Aleluya, aleluya.

 
3. Resucitó, resucitaremos


Hay en el mundo de la fe algo que resulta verdaderamente desconcertante: la
mayoría de los cristianos creen sinceramente en la Resurrección de Jesús. Pero asombrosamente esta fe no sirve para iluminar sus vidas. Creen en el triunfo de Jesús sobre la muerte, pero viven como si no creyeran. ¿Será tal vez porque no hemos comprendido en toda su profundidad lo que fue esa resurrección?

 
Recuerdo que hace ya bastante tiempo trataba una de mis hermanas de explicar a uno de mis sobrinillos —que tenía entonces seis años— lo que Jesús nos había querido en su pasión, y le explicaba que había muerto por salvarnos. Y queriendo que el pequeño sacara una lección de esta generosidad de Cristo le preguntó: «¿Y tú qué serías capaz de hacer por Jesús, serías capaz de morir por Él?» Mi sobrinillo se quedó pensativo y, al cabo de unos segundos, respondió: «Hombre, si sé que voy a resucitar al tercer día, sí». Recuerdo que, al oírlo, en casa nos reímos todos, pero yo me di cuenta de que mi sobrino pensaba de la resurrección y de la muerte de Jesús como solemos pensar todos: que en el fondo Cristo no murió del todo, que fue como una suspensión de la vida durante tres días y que, después de ellos, regresó a la vida de siempre.

 
Pero el concepto de resurrección es, en realidad, mucho más ancho. Lo comprenderán ustedes si comparan la de Cristo con la de Lázaro. Muchos creen que se trató de dos resurrecciones gemelas y, de hecho, las llamamos a las dos con la misma palabra. Pero fíjense en que Lázaro cuando fue resucitado por Cristo siguió siendo mortal. Vivió en la tierra unos años más y luego volvió a morir por segunda y definitiva vez. Jesús, en cambio, al resucitar regresó inmortal, vencida ya para siempre la muerte. Lázaro volvió a la vida con la misma forma y género de vida que había tenido antes de su primera muerte. Mientras que Cristo regresó con la vida definitiva, triunfante, completa.

 
¿Qué se deduce de todo esto? Que Jesús con su resurrección no trae solamente una pequeña prolongación de algunos años más en esta vida que ahora tenemos. Lo que consigue y trae es la victoria total sobre la muerte, la vida plena y verdadera, la que Él tiene reservada para todos los hijos de Dios. No se trata sólo de vivir en santidad unos años más. Se trata de un cambio en calidad, de conseguir en Jesús la plenitud humana lejos ya de toda amenaza de muerte. ¿Cómo no sentirse felices al saber que Él nos anuncia con su resurrección que participaremos en una vida tan alta como la suya?

 
4. ¡No tengáis miedo!


Amigos míos, no temáis, no lloréis como los que no tienen esperanza. Jesús no dejará a los suyos en la estacada de la muerte. Su resurrección fue la primera de todas. Él es el capitán que va delante de nosotros. Y no a la guerra y a la muerte, sino a la resurrección y la vida. No tengáis miedo. No temáis.

 
No sé si se habrán fijado ustedes en que ésta es la idea que más se repite en las lecturas que se hacen en las iglesias en tiempo pascual. Cuando Jesús se aparece a los suyos, lo primero que hace es tranquilizarles, curarles su angustia. Y les repite constantemente ese consejo: ¡No tengáis miedo, no temáis, soy yo! Y es que los apóstoles no terminaban de digerir aquello de que Jesús hubiera resucitado. Eran como nosotros, tan pesimistas que no podían ni siquiera concebir que aquella historia terminase bien. Cuando el Viernes Santo condujeron a Jesús a la cruz, esto sí lo entendían. Y se decían los unos a los otros: ¡Ya lo había dicho yo! ¡Esto no podía acabar bien! ¡Jesús se estaba comprometiendo demasiado! Y casi se alegraban un poco de haber acertado en sus profecías catastróficas. Pero lo de la resurrección, esto no entraba en sus cálculos. Lo lógico, pensaban, es que en este mundo las cosas terminen mal. Y, por eso, cuando Jesús se les aparecía, en lugar de estallar de alegría, seguían dominados por el miedo y se ponían a pensar que se trataba de un fantasma.

 
A los cristianos de hoy nos pasa lo mismo, o parecido. No hay quien nos convenza de que Dios es buena persona, de que nos ama, de que nos tiene preparada una gran felicidad interminable. Nos encanta vivir en las dudas, temer, no estar seguros. No nos cabe en la cabeza que Dios sea mejor y más fuerte que nosotros. Y seguimos viviendo en el miedo. Un miedo que sentimos a todas horas. Miedo a que la fe se vaya avenir abajo un día de éstos; miedo a que Dios abandone a su Iglesia; miedo al fin del mundo que nos va a pillar cuando menos lo esperemos. Miedo, miedo.

 
Lo malo del miedo es que inmoviliza a quien lo tiene. El que está poseído por el miedo está derrotado antes de que comience la batalla. Los que tienen miedo pierden la ocasión de vivir. Por eso el primer mensaje que Cristo trae en Pascua es éste que tanto gusta repetir al Papa Juan Pablo II: «No temáis, salid de las madrigueras del miedo en las que vivís encerrados, atreveos a vivir, a crecer, a amar. Si alguien os dice que Dios es el coco no le creáis. El Dios de la Biblia, el Dios que conocimos en Jesucristo, el Dios de la vida y la alegría. Y empezó por gritarnos con toda su existencia: No temáis, no tengáis miedo».

 
5. La resurrección de Cristo, esperanza de la humanidad


Hay un texto de Bonhoeffer que siempre me ha impresionado muy especialmente. Dice el teólogo alemán: «Para los hombres de hoy hay una gran preocupación: saber morir, morir bien, morir serenamente. Pero saber morir no significa vencer a la muerte. Saber morir es algo que pertenece al campo de las posibilidades humanas, mientras que la victoria sobre la muerte tiene un nombre: resurrección. Sí, no será el arte de hacer el amor, sino la resurrección de Cristo, lo que dará un nuevo viento que purifíque el mundo actual. Aquí es donde se halla la respuesta al "dame un punto de apoyo y levantaré el mundo".»

 
Efectivamente, los hombres de todos los tiempos andan buscando cuál es el punto de apoyo para construir sus vidas, para levantar el mundo. Si hoy yo salgo a la calle y pregunto a la gente: ¿Cuál es el eje de vuestras vidas? ¿En qué se apoyan vuestras esperanzas? ¿Dónde está la clave de vuestras razones para vivir? Muchos me contestarán: «Mi vida se apoya en mis deseos de triunfar, quiero ser esto o aquello, quiero realizarme, quiero poder un día estar orgulloso de mí mismo». O tal vez otros me dirán: «Yo no creo mucho en el futuro. Creo en pasármelo lo mejor posible, en disfrutar de mi cuerpo o de mi dinero, o de mi cultura». O tal vez me dirán: «Ésos son problemas de intelectuales. Yo me limito a vivir, a soportar la vida, a pasarla lo mejor posible».

 
Pero allá en el fondo, en el fondo, todos los humanos tienen clavada esa pregunta: ¿Cuál es la última razón de mi vida? ¿Qué es lo que justifica mi existencia? Todos, todos, de algún modo se plantean estas cuestiones. También ustedes, que me van a permitir que hoy se lo pregunte: ¿Cuál es el punto de apoyo en el que reposan vuestras vidas?

 
Para los cristianos la respuesta es una sola: «Lo que ha cambiado nuestras vidas es la seguridad de que son eternas». Y el punto de apoyo de esa seguridad es la resurrección de Jesús. Si Él venció a la muerte, también a mí me ayudará a vencerla. ¡Ah!, si creyéramos verdaderamente en esto. ¡Cuántas cosas cambiarían en el mundo, si todos los cristianos se atrevieran a vivir a partir de la resurrección, si vivieran sabiéndose resucitados! Tendríamos entonces un mundo sin amarguras, sin derrotistas, con gente que viviría iluminada constantemente por la esperanza. Cómo trabajarían sabiendo que su trabajo colabora a la resurrección del mundo. Cómo amarían sabiendo que amar es una forma inicial de resucitar. Qué bien nos sentiríamos en el mundo, si todos supieran que el dolor es vencible y vivieran en consecuencia en la alegría.

 
Sí, la resurrección de Cristo y la fe de todos en la resurrección es lo que podría cambiar y vivificar el mundo contemporáneo. Y es formidable pensar y saber que cada uno de nosotros, con su esperanza, puede añadirle al mundo un trocito más de esperanza, un trocito más de resurrección.

 
6. Testigos de la resurrección, mensajeros del gozo


Muchas veces he pensado yo que la gran pregunta que Cristo va a hacernos el día del juicio final es una que nadie se espera. «Cristianos —nos dirá—: «¿Qué habéis hecho de vuestro gozo?». Porque Jesús nos dejó su paz y su gozo como la mejor de las herencias: «Os doy mi gozo. Quiero que tengáis en vosotros mi propio gozo y que vuestro gozo sea completo», dice en el Evangelio de San Juan. «No temáis. Yo volveré a vosotros y vuestra tristeza se convertirá en gozo», dijo poco antes de su pasión. Y también: «Si me amáis, tendréis que alegraros». «Volveré a vosotros y vuestro corazón se regocijará y el gozo que entonces experimentéis nadie os lo podrá arrebatar». «Pedid y recibiréis y vuestro gozo será completo».

 
¿Y qué hemos hecho nosotros de ese gozo del que Jesús nos hizo depositarios? Es
curioso: la mayor parte de los cristianos ni siquiera se ha enterado de él. Son
muchos los creyentes que parecen más dispuestos a acompañar a Jesús en sus
dolores que en sus alegrías, en su dolor que en su resurrección. Pensad por
ejemplo: durante las semanas de Cuaresma se celebran actos religiosos especiales,
con penitencias, con oraciones. Pero, tras la resurrección, la Iglesia ha colocado
una segunda cuaresma, los días que van desde la resurrección hasta la ascensión.
¿Y quién los celebra? ¿Quién al menos los recuerda?

 
Impresiona pensar que en el Calvario tuvo Cristo al menos unos cuantos discípulos y mujeres que le acompañaban. Pero no había nadie cuando resucitó. Da la impresión de que la vida de Cristo hubiera concluido con la muerte, que no creyéramos en serio en la resurrección. Muchos cristianos parecen pensar —como dice Evely— que tras la cuaresma y la semana santa los cristianos ya nos hemos ganado unas buenas vacaciones espirituales. Y si nos dicen: «Cristo ha resucitado»; pensamos: qué bien. Ya descansa en los cielos. Lo hemos jubilado con una pensión por los servicios prestados. Ya no tenemos nada que hacer con Él. Necesitó que le acompañásemos en sus dolores. ¿Para qué vamos a acompañarle en sus alegrías?

 
Y, sin embargo, lo esencial de los cristianos es ser testigos de la resurrección. ¿Lo somos? ¿O la gente nos ve como seres tristes y aburridos? ¿O piensa que los curas somos espantapájaros pregoneros de la muerte, del pecado y del infierno únicamente? Tendríamos que recordar que los cristianos somos ante todo eso: testigos de la resurrección, mensajeros del gozo.


 
Tomado de "Días grandes de Jesús", EDIBESA.

José Luis Martín Descalzo

lunes, 9 de abril de 2012

Salmo 43

SALMO 43 (42)

Envía, Señor, tu luz y tu verdad

43:1 Júzgame, Señor,
y defiende mi causa
contra la gente sin piedad;
líbrame del hombre falso y perverso.
43:2 Si tú eres mi Dios y mi fortaleza,
¿por qué me rechazas?
¿Por qué tendré que estar triste,
oprimido por mi enemigo?
43:3 Envíame tu luz y tu verdad:
que ellas me encaminen
y me guíen a tu santa Montaña,
hasta el lugar donde habitas.
43:4 Y llegaré al altar de Dios,
el Dios que es la alegría de mi vida;
y te daré gracias con la cítara,
Señor, Dios mío.
43:5 ¿Por qué te deprimes, alma mía?
¿Por qué te inquietas?
Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias,
a él, que es mi salvador y mi Dios.

viernes, 6 de abril de 2012

Martín Descalzo: "El año en que Cristo murió entre las llamas"

Nunca he creído que Jesús terminara de morir hace dos mil años. Nunca he
aceptado que su muerte quedara circunscrita a un rincón de la Historia, clavada —como una mariposa disecada— en sólo una fecha, de un mes, de un año pasadísimo. Él, dicen los teólogos, sigue muriendo no sólo por nosotros, sino en nosotros, encargados —según las palabras paulinas— de concluir en nuestra carne lo que le falta a la pasión de Cristo.

 
Por eso este año, para mí, será ya siempre el año en que Cristo murió entre llamas a través de la carne de este muchacho que se llama (no quiero decir que se llamaba) Álvaro Iglesias y que el martes dio en Madrid su vida por salvar a tres desconocidos. Una nota de este periódico decía ayer que, con esa muerte, Alvaro «ha honrado a la ciudad de Madrid". Yo creo que mucho más: ha honrado a la condición humana, ha honrado a la juventud entera.

 
Quiero confesar que —aun sin haberle conocido— se me han llenado de lágrimas los ojos viendo su fotografía, contemplando su pelo largo e imaginando la cazadora de cuero que se quitó antes de entrar valientemente en las llamas y la moto que dejó sobre la acera pensando que las vidas de quienes estaban en peligro valían infinitamente más que una motocicleta. He llorado porque siento vergüenza:

 
¡Cuántas veces habré mirado yo con desdén a muchachos como él, que atravesaban tal vez las calles estruendosamente con sus motos ruidosas y sus veinte años exultantes de vida! ¡Cuántas veces les habré juzgado vacíos y me habré sentido agredido por su vitalidad! ¿Cómo iría yo sospechar que tras sus melenas y sus ruidos había un corazón tan limpio y tan entero como para jugarse la vida por tres desconocidos? ¡Juro ante Dios que no volveré a hablar mal de los jóvenes! Una generación capaz de producir un solo acto como ése no puede estar corrompida; no está, sin duda, vacía.

 
Y espero que nadie se escandalice si en este Viernes Santo me atrevo a hablar de él casi con las mismas palabras con que hablo de Cristo. No sé siquiera si Álvaro tenía viva su fe. Pero quien ama tanto, ¿cómo pensar que no estaba —consciente o inconscientemente— muy cerca de Cristo?. Álvaro Iglesias celebró el martes pasado la mejor Semana Santa de España, tal vez del mundo.

 
Me impresiona pensar que ha habido en la muerte de este muchacho el reflejo de las tres grandes características de la muerte de Cristo: libertad, gratuidad,
salvación. La libertad de quien asume un riesgo sin que nadie le obligue o le
empuje a ello. La gratuidad de quien lo hace no para salvar a amigos o a conocidos, sino a perfectos y totales desconocidos. La salvación de quien recibe la muerte a la misma hora en que tres personas han huido, gracias a él, de las llamas. Si un hombre es capaz de realizar este triple milagro, es que no era cierta aquella afirmación de Nietzsche que veía en el hombre al "animal más descastado".

 
En verdad que desde aquel primer Viernes Santo el mundo es mucho más caliente de lo que nos imaginábamos. No es cierto que esté sembrado sólo de violencias, de ambición de poder. También de amor. Y de amor en libertad.

 
Me pregunto si tantos españoles corno buscan y gritan «Libertad» se darán cuenta que es precisamente el Viernes Santo la gran fiesta de la libertad, siempre que se entienda por ella no tanto el que nadie me maniate, sino el que yo no tenga maniatado mi corazón.

 
La libertad es Jesús: ningún otro ser humano la practicó y vivió tan hasta el
extremo. Fue, en vida, libre frente a las costumbres y prejuicios de su tiempo. Fue libre ante su familia, ante los poderosos, ante sus enemigos y ante sus amigos. Libre frente a los grupos políticos y libre en la dignidad de su trato a las mujeres. Su sermón de la montaña fue el más alto canto a la libertad interior. Vino a librar a los enfermos de sus enfermedades y a los pecadores de sus pecados. Expuso su mensaje dejando en libertad a sus oyentes. Nos enseñó a librarnos de los falsos dioses y de las falsas visiones de Dios. Era tan libre —ha escrito Duquoc—, que hasta en sus gestos y actos parecía un creador.

 
Pero fue libre, sobre todo, en su muerte. ¡Qué tremendo error si creemos que
murió por casualidad! ¡Qué cortedad de visión si pensamos que "le mataron" sus enemigos o que cayó bajo un cruce de circunstancias históricas hostiles!

 
"Jamás hubo en la Tierra un acto más libre que esa muerte", afirma Karl Adam. Y basta asomarnos a los documentos que nos hablan de él para descubrir cómo se encaminó, consciente y voluntariamente, a la muerte, con más decisión y consciencia de la que veinte siglos después, este muchacho, imitador suyo, se quitaba la cazadora y penetraba en las llamas asesinas.

 
Jesús penetró en la muerte "como se adentra un suicida en el mar", ha escrito un poeta. Como un suicida que no quisiera quitarse la vida, sino darla a los demás.

 
Por eso su vida fue toda ella un largo Viernes Santo. Por eso el vía crucis, el camino hacia el calvario, empezó desde el día de su nacimiento. "Nadie me quita la vida —dijo un día—, sino que yo la doy por voluntad propia y soy dueño de darla y de recobrarla" (Jn 10,18). ¡Y cuánta impaciencia porque llegase "su hora"! "Con un baño tengo que ser bañado, ¡y cómo me apremia el que se cumpla!", exclamaría otra vez (Le 12,50).

 
¿Es que no le gustaba la vida? ¿Es que a Álvaro no le hubiera gustado más estar haciendo hoy esquí o pesca submarina cerca de su casa de Marbella?

 
Afortunadamente, el hombre —todo hombre entero— es más largo y más ancho que sus deseos personales. Afortunadamente existe ese misterio que llamamos amor y que sólo terminamos de entender cuando alguien da su vida por él, aquel viernes lejano, este martes pasado.

 
En verdad que hoy me siento, a la vez, orgulloso y avergonzado de ser hombre: orgulloso porque redescubro que el corazón humano es más ancho que la más ancha playa; avergonzado porque los más nos pasamos la vida achicándolo para que pueda cabemos en una caja de caudales, no vayan a robárnoslo.

 
¡Qué maravilla, en cambio, cuando —imitando a Cristo— alguien muere
voluntariamente y por los demás! Recuerdo ahora aquellos dos versos —milagrosos en su sencillez— con que Gonzalo de Berceo describía la muerte de Jesús: "Y sabiendo llegada la hora de partir, 1 inclinó la cabeza y se dejó morir." No murió, se dejó morir, él, que era rey y dueño de la vida y la muerte.

 
Trato de imaginar ahora la muerte de este muchacho cuando, después de salvar a tres personas, se sintió acorralado por las llamas que prendían ya en su carne. Seguramente le dominó el terror. Pero también seguramente comprendió que su vida estaba ya más que llena, que él seguiría viviendo en los tres salvados que respiraban ya en la calle. Tal vez pensó un momento en la moto que había dejado abandonada en la acera, en la calla que habla quedado a medio beber en la barra de un bar. Tal vez descubrió que aquel espanto de las llamas era como un reclinar la cabeza. Sin duda, supo entonces que no moría solo. Supo que su amor al prójimo le había conducido hasta la misma muerte que aquel Hombre-Dios que, dos mil años antes y llevado por la misma locura de amor a los demás, "inclinó la cabeza y se dejó morir".



"Razones para la esperanza"
José Luis Martín Descalzo,

lunes, 2 de abril de 2012

Salmo 42

SALMO 42 (41)

Tengo sed de Dios, del Dios vivo

42:1 Del maestro de coro. Poema de los hijos de Coré. 

La amargura del destierro

42:2 Como la cierva sedienta
busca las corrientes de agua,
así mi alma suspira
por ti, mi Dios.
42:3 Mi alma tiene sed de Dios,
del Dios viviente:
¿Cuándo iré a contemplar
el rostro de Dios?
42:4 Las lágrimas son mi único pan
de día y de noche,
mientras me preguntan sin cesar:
"¿Dónde está tu Dios?"
42:5 Al recordar el pasado,
me dejo llevar por la nostalgia:
¡cómo iba en medio de la multitud
y la guiaba hacia la Casa de Dios,
entre cantos de alegría y alabanza,
en el júbilo de la fiesta!
42:6 ¿Por qué te deprimes, alma mía?
¿Por qué te inquietas?
Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias,
a él, que es mi salvador y mi Dios.
42:7 Mi alma está deprimida:
por eso me acuerdo de ti,
desde la tierra del Jordán y el Hermón,
desde el monte Misar.
42:8 Un abismo llama a otro abismo,
con el estruendo de tus cataratas;
tus torrentes y tus olas
pasaron sobre mí.
42:9 De día, el Señor me dará su gracia;
y de noche, cantaré mi alabanza
al Dios de mi vida.
42:10 Diré a mi Dios:
"Mi Roca, ¿por qué me has olvidado?
¿Por qué tendré que estar triste,
oprimido por mi enemigo?"
42:11 Mis huesos se quebrantan
por la burla de mis adversarios;
mientras me preguntan sin cesar:
"¿Dónde está tu Dios?"
42:12 ¿Por qué te deprimes, alma mía?
¿Por qué te inquietas?
Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias,
a él, que es mi salvador y mi Dios.